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Tovar, Antonio: el dimoni de Sòcrates/es

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La naturaleza de daimon fue entendida por Sócrates como esencialmente negativa. En esto se diferencia Sócrates de tantos y tantos iluminados e inspirados como en el mundo han sido. El demonio siempre le disuade, nunca le da órdenes (Platón, Apología 31d). Le impide ora que se vaya (Fedro 242bc) hasta que repare una falta. Ora que trate a ciertas personas (Teeteto 151b), bien que se levante para irse antes de tener un encuentro de cierto interés intelectual (Eutidemo 272e), bien que le exprese a Alcibíades su afición (Alcibíades I, 103a, 105d, 124c), bien que se meta en política. [...]

Por el contrario, Sócrates actúa tranquilo cuando el demonio guarda silencio. Entonces sabe que ha acertado y que no tiene más que hacer. Así, da como prueba de haber acertado ante el tribunal que le condena a muerte, que el demonio no le ha advertido nada en contra, y por consiguiente, que la muerte que le espera no es un mal. De otro modo, supone Sócrates, el demonio piadoso que le advierte y que es infalible, tan voz de los dioses como la Pitia lo es de Apolo, no dejaría de haberle impedido aquel discurso inhábil, que en gran parte, como veremos, tuvo la culpa de la sentencia.

De todas maneras, no hay que pensar que con esta interiorización quedara reducida para Sócrates la importancia y grandeza del daimon. Pues un daimon era también seguramente para Sócrates el Amor, el dios Eros (Banquete 202e) también profundamente interior y también sirviendo misteriosamente de enlace con el mundo de lo divino. Pues lo esencial de los démones es precisamente servir de enlace entre lo humano y lo divino.