Russell: autoconsciència/es
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autoconciencia
Hemos hablado del conocimiento directo del contenido de nuestro espíritu como de una auto-conciencia; pero esto no es, naturalmente, la conciencia de nosotros mismos; es la conciencia de pensamientos y de sentimientos particulares. El problema de saber si tenemos un conocimiento directo de nuestra pura intimidad como opuesta a nuestros pensamientos y sentimientos particulares es extraordinariamente difícil, y sería precipitado resolverlo de un modo afirmativo. Cuando intentamos mirar en el interior de nosotros mismos vemos siempre algún pensamiento o algún sentimiento particular, no el «yo» que tiene el pensamiento o el sentimiento. Sin embargo, hay algunas razones para opinar que tenemos un conocimiento directo de nuestro «yo», aunque sea muy difícil separar este conocimiento de otras cosas. Para poner en claro la clase de razones de que se trata, consideremos por un momento lo que implica en realidad nuestro conocimiento de pensamientos particulares.
Cuando tengo conocimiento directo del hecho de que «veo el sol», parece evidente que tengo el conocimiento directo de dos cosas diferentes que se hallan en relación recíproca. De una parte existe el dato de los sentidos que representa el sol para mí, de otra parte existe el sujeto que ve este dato de los sentidos. Todo conocimiento directo, tal como el conocimiento del dato de los sentidos que representa el sol, parece evidentemente ser una relación entre la persona que conoce y el objeto que la persona conoce. Cuando se trata de conocer el que tiene un conocimiento directo (como cuando conozco mi conocimiento de representarme el sol a través de los datos de los sentidos), es evidente que la persona que conozco soy yo mismo. Así, cuando conozco el hecho de que yo veo el sol, el hecho completo cuyo conocimiento tengo es «Yo-que-conozco-un-dato-de-los-sentidos».
Además, conocemos esta verdad: «Yo conozco directamente este dato de los sentidos». Es difícil ver cómo podríamos conocer esta verdad ni aun comprender lo que significa, si no tuviéramos el conocimiento directo de algo que denominamos «yo». No parece necesario suponer que tengamos conocimiento directo de una persona más o menos permanente, la misma hoy que ayer, sino que es preciso que tengamos conocimiento directo de esta cosa –sea cual fuere su naturaleza– que ve el sol y tiene un conocimiento directo de los datos de los sentidos. Así, parece que es preciso que, en algún sentido, tengamos conocimiento directo de nosotros mismos como opuestos a nuestras experiencias particulares. Pero el problema es difícil, y por ambas partes pueden aducirse complicados argumentos. Así pues, aunque el conocimiento directo de nosotros mismos parece probable, no es prudente afirmar que sea indudable.