Plató: el desig/es
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-¿Y acaso –proseguí– el asentir y el negar, el desearalgo y el rehusarlo, el atraerlo y el rechazarlo y todas las cosas de este tenor las pondrás entre las que son contrarias unas a otras, sin distinguir si son acciones y pasiones? Porque esto no hace al caso.
-Sí –dijo–; entre las contrarias las pongo.
-¿Y qué? –continué–. ¿EI hambre y la sed y, en general, todos los apetitos, y el querer y el desear, no referirás todas estas cosas a las especies que quedan mencionadas? ¿No dirás, por ejemplo, que el alma del que apetece algo tiende a aquello que apetece, o que atrae a sí aquello que desea alcanzar, o bien que, en cuanto quiere que se le entregue, se da asentimiento a sí misma como si alguien le preguntara, en el afán de conseguirlo?
-Así lo creo.
-¿Y qué? ¿EI no desear ni querer ni apetecer no lo pondrás, con el rechazar y el despedir de sí mismo, entre los contrarios de aquellos otros términos?
-¿Cómo no?
-Siendo todo ello así, ¿no admitiremos que hay una clase especial de apetitos y que los que más a la vista están son los que llamamos sed y hambre?
-Lo admitiremos -dijo.
-¿Y no es la una apetito de bebida, y la otra, de comida?
-Sí.
-¿Y acaso la sed, en cuanto es sed, podrá ser en el alma apetito de algo más que de eso que queda dicho, como, por ejemplo, la sed será sed de una bebida caliente o fría, o de mucha o poca bebida, o, en una palabra, de una determinada clase de bebida? ¿O más bien, cuando a la sed se agregue un cierto calor, traerá éste consigo que el apetito sea de bebida fría, y cuando se añada un cierto frío, hará que sea de bebida caliente? ¿Y asimismo, cuando por su intensidad sea grande la sed, resultará sed de mucha bebida, y cuando pequeña, de poca? ¿Y la sed en sí no será en manera alguna apetito de otra cosa sino de lo que le es natural, de la bebida en sí, como el hambre lo es de la comida?
-Así es –dijo–; cada apetito no es apetito más que de aquello que le conviene por naturaleza; y cuando le apetece detal o cual calidad, ello depende de algo accidental que se le agrega. -Que no haya, pues –añadí yo–, quien nos coja de sorpresa y nos perturbe diciendo que nadie apetece bebida, sino buena bebida, ni comida, sino buena comida. Porque todos, en efecto, apetecemos lo bueno [...]
-No sin razón, pues -dije-, juzgaremos que son dos cosas diferentes la una de la otra, llamando, a aquello con que razona, lo racional del alma, y a aquello con que desea y siente hambre y sed y queda perturbada por los demás apetitos, lo irracional y concupiscible, bien avenido con ciertos hartazgos y placeres.
-No; es natural -dijo- que los consideremos así.
-Dejemos, pues, definidas estas dos especies que se dan en el alma - seguí yo- [...].