Moviment eugenista al segle XX/es
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En parte alguna fueron más evidentes las ambigüedades de este enfoque como entre los eugenistas, en otras palabras, aquellas personas tanto izquierdistas como derechistas que creían en la posibilidad de lograr seres humanos «mejores» a través del tipo adecuado de políticas sociales. Cada vez más aceptado por los especialistas en ciencias sociales y los administradores públicos, el movimiento eugenista fue impulsado por las propias matanzas de la guerra. En su discurso de bienvenida al segundo Congreso Internacional Eugenésico, celebrado en 1921, Henry Fairfield Osborn, del Museo Americano de Historia Natural, declaró: «Dudo de que haya existido un momento en la historia del mundo más importante que el presente, cuando tiene lugar una conferencia internacional sobre el carácter y el mejoramiento de la raza. Europa, en su sacrificio patriótico de ambos bandos durante la guerra mundial, ha perdido buena parte de la herencia de siglos de civilización que jamás podrá ser recobrada. En ciertas áreas de Europa han aumentado los peores elementos de la sociedad y amenazan con la destrucción de los mejores.»
Acuciadas por tales temores, las sociedades consagradas a la promoción de la eugenesia, o a su prima alemana, la «higiene racial», se extendieron desde Europa occidental y Escandinavia a España y la Unión Soviética. La Oficina Rusa de Eugenesia, constituida en 1921, abogó por «una acción comparativa sobre eugenesia de los trabajadores científicos y sociales de todas las especialidades» y estableció relaciones con la Oficina de Antecedentes Eugenéticos de Estados Unidos, la Sociedad Alemana de la Raza y la Biología Social y la Sociedad Británica de Educación Eugenésica. En consecuencia, este movimiento no fue simplemente el siniestro precursor protonazi que hoy parece; se trató más bien de una amplia iglesia, segura de su propia posición científica. Entre sus fieles figuraron socialdemócratas y reformadores liberales como Keynes y Beveridge en Gran Bretaña, al igual que conservadores y autoritarios derechistas. Algunos eran antisemitas, pero también existían judíos entre los «higienistas raciales» alemanes. Varios insistieron en medidas «negativas» como la esterilización y otros en políticas «positivas» para mejorar la buena forma física, la nutrición, la salud pública y la contención del declive racial por obra del aire fresco, el ejercicio regular y los baños de sol. Lo que compartían era una confianza en el poder del Estado y en las autoridades públicas para conformar la sociedad en su beneficio.
Claro está que en todo el espectro político, la naturaleza del próximo «nuevo hombre» y su más amplio ambiente social fueron definidos por los eugenistas de modos muy diferentes. Los socialdemócratas se concentraban en la condición de la clase obrera urbana y más generalmente en la ciudad. Por otro lado, para muchos conservadores, la visión de un mundo industrial mecanizado en el que los seres humanos quedaban reducidos a elementos funcionales dentro del proceso laboral constituía el problema y no la respuesta a la crisis de la sociedad moderna. Les dejaban fríos los sueños de Le Corbusier acerca de «la ciudad contemporánea con tres millones de habitantes», la Ville radieuse (1935). No identificaban la salud social con la ciudad sino con el campo, no con la industria y las máquinas sino con la tierra y el trabajo manual. Para muchos eugenistas, las ciudades ejercían efectos paradójicos sobre la fertilidad humana; tornaban estériles a las clases medias, al tiempo que inducían a las clases inferiores a reproducirse con una aterradora celeridad. De hecho, impulsada por preocupaciones eugenésicas, cabía encontrar en toda Europa cierta ambivalencia acerca de las consecuencias sociales y biológicas de la urbanización. [...]
Mark Mazower, La Europa negra, Barlin Libros, València 2017, pp. 122-123
Pero la retención en asilos —la solución británica— constituía un medio costoso de impedirles que tuvieran hijos. La esterilización —una alternativa más barata, que implicaba una violencia física al cuerpo— fue muy debatida a finales del siglo XIX en Alemania y Escandinavia y realmente introducida en varios estados de Estados Unidos. Este país se hallaba entonces a la cabeza de la eugenesia negativa, y en 1921 fueron esterilizadas en él 2.233 personas, la mayoría en California. Varios médicos de la Alemania de Weimar realizaban también sin autorización esterilizaciones voluntarias ilegales.31 La esterilización representaba una respuesta precisa a la cuestión de las diferencias entre las tasas de natalidad de los grupos de poblaciones «superiores» e «inferiores» que tanto preocupaba a los eugenistas. Se hallaba orientada hacia los inferiores —se definieran como fuera— prolíficos y complementaba así las medidas asistenciales positivas que pudiese adoptar el Estado para estimular nacimientos más «valiosos». La crisis económica de 1929 hizo parecer cada vez más atractiva el relativo bajo coste de la esterilización, y entre 1928 y 1936 se promulgaron leyes en Suiza, Dinamarca, Alemania, Suecia, Noruega, Finlandia y Estonia para dispensarla con carácter voluntario. Incluso en la liberal Gran Bretaña se abrió el debate en 1929 a partir del Informe Wood sobre Deficiencia Mental, que descubrió la existencia de un crecimiento alarmante de las personas con alguna clase de retraso durante las dos últimas décadas y advirtió que se trataba de un «grupo social problemático», estimando su número en no menos de cuatro millones de personas, aproximadamente el 10% de la población total, lo cual, señaló, planteaba un agudo problema a la salud nacional. Como respuesta, los eugenistas propusieron la esterilización después de que la Comisión de Investigación del Grupo Social Problemático de la Sociedad Eugenésica des-cubriera que la deficiencia mental determinaba unas condiciones de vida deficientes. Al modo de nuestra propia época, se culpó a los pobres —calificados como «socialmente inadaptados»— de su propia pobreza: los habitantes de los barrios míseros eran «los arquitectos principales de la miseria».32 Los eugenistas británicos —reflejando la característica obsesión nacional clasista— formaron una muralla de oposición. Los dirigentes religiosos, médicos y laborales contribuyeron a bloquear la propuesta legislación de la esterilización y surgieron algunas complicaciones legales. Todo esto manifestaba la tibieza de la sensación de crisis nacional en comparación con la que existía en el continente. Pero mientras que la eugenesia perdía terreno en Gran Bretaña, lo ganaba en Alemania, en donde el deseo de reafirmación nacional era tan intenso como en cualquier otra parte. La llegada al poder de los nacionalsocialistas significó la rápida introducción de leyes sobre la esterilización obligatoria, primero reservadas a los enfermos mentales, luego a los «criminales habituales peligrosos» y con el tiempo también a los delincuentes juveniles. Hacia 1937 habían sido esterilizadas más de doscientas mil personas (mientras que solo hubo un poco más de tres mil casos en Estados Unidos), entre ellas gitanos, los llamados Bastardos de Renania (hijos nacidos de mujeres alemanas y soldados franceses negros), los «moralmente irresponsables», los «vagabundos de conducta desordenada», los «recalcitrantes al trabajo» y los «asociales».
Hasta ese punto, la Alemania de Hitler realizó a escala masiva una política de ingeniería social coactiva que otros Gobiernos —en Suecia y otros países— la siguieron en un grado más reducido. Pero las ambiciones nazis iban todavía más allá. En 1939, el régimen pasó de la esterilización a los asesinatos en masa. Con especial autorización de Hitler, fueron gaseados entre 70.000 y 93.000 internados en asilos y clínicas antes de que la campaña de eutanasia concluyera por obra de la oposición pública de los dirigentes religiosos. Después de 1941, la matanza de pacientes aquejados de dolencias mentales prosiguió en menor escala, principalmente mediante una inyección letal, mientras que los expertos en eutanasia hallaban un nuevo empleo trabajando en los campos de la muerte de Polonia y en las unidades móviles de gaseo. Estas medidas formaban parte de un nuevo enfoque de la política social que promovía la salud de la «comunidad nacional» al tiempo que suprimía a sus enemigos biológicos internos. [...]
Mark Mazower, La Europa negra, Barlin Libros, València 2017, pp. 128-129