Kierkegaard: el pensament compromès/es
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Prólogo
A muchos quizá les parezca un poco extraña la forma de esta «exposición». creyéndola demasiado rigurosa como para que pueda ser edificante, y por otra parte demasiado edificante como para que pueda ser rigurosamente científica. Por lo que se refiere a lo último, no tengo formada opinión alguna; pero en cuanto a lo primero, no soy del mismo parecer en absoluto. Y dado el caso de que fuera demasiado rigurosa como para ser edificante, ello constituiría a mi juicio un gran fallo. Claro que una cosa es que no sea edificante para todos, ya que no todos cumplen las condiciones previas que el seguirlas supone, y otra muy distinta el que ella misma carezca del carácter propio de lo edificante. Porque según la regla cristiana todo, absolutamente todo, ha de servir para edificación. Por eso cabalmente será acristiana cualquier forma de cientificidad que no acabe siendo edificante. Toda exposición cristiana tiene que guardar cierta semejanza con las explicaciones que el médico da junto al lecho de un enfermo; de suerte que no se necesita ser un experto en la materia para hacerse una idea de las mismas, atendiendo a la circunstancia perentoria en que se dicen. Esta relación de lo cristiano a la vida –por contraste con una científica lejanía de la misma– o este lado ético de lo cristiano es precisamente lo edificante; y toda exposición que persiga este ideal, por muy rigurosa que sea, siempre se distinguirá completamente, con una diferencia cualitativa, de toda otra especie de cientificidad que pretenda ser «indiferente», y cuyo exaltado heroísmo estará cristianamente tan lejos de ser heroísmo que más bien será en el sentido cristiano una forma de curiosidad inhumana. El heroísmo cristiano, muy raro por cierto, consiste en que uno se atreva a ser sí mismo, un hombre individuo, este particular hombre concreto, solo delante de Dios, solo en la inmensidad de este esfuerzo y de esta responsabilidad; ¿Qué tendrá que ver con este heroísmo ese dejarse embaucar con la idea del puro hombre, o jugando a extrañarse con la historia universal?
Todo conocimiento cristiano, sea lo rigurosa que quiera su forma de expresarse, ha de ser en sí mismo algo preocupado; ya que esta preocupación constituye cabalmente lo edificante. La inquietud es la relación con la vida, con la realidad de la persona y, consiguientemente, en el sentido cristiano, es la seriedad. La fría superioridad de la ciencia dista mucho cristianamente, de ser la seriedad; al revés, en el sentido cristiano, no es más que broma y vanidad. Ahora bien, la seriedad es a su vez lo edificante.
Por tanto este pequeño libro es en un cierto sentido tan sencillo que pudo escribirlo un seminarista; aunque en otro sentido es quizá tan característico que no todos los profesores sean capaces de la misma empresa.
Pero, en todo caso, puedo afirmar que la urdimbre característica de este tratado es algo que he pensado a fondo y que su contenido también es, a pesar de todo, psicológicamente correcto. Ya sé que se da un estilo más solemne, tan solemne que no suele ser muy apropiado y que, por añadidura, cuando se está muy acostumbrado a él fácilmente termina por no decir nada.
Solamente me queda por hacer una advertencia, de seguro un poco superficial, pero que no tengo más remedio que hacerla. A saber, que deseo una vez por todas que los lectores caigan en la cuenta de que en todo este libro –cosa que en el mismo título indica bien a las claras– la desesperación es considerada como una enfermedad, no como una medicina. Porque en realidad la desesperación es algo muy dialéctico. Con ella ocurre como con la muerte, ya que ésta, en la terminología cristiana, también viene a significar la mayor miseria espiritual y, sin embargo, la curación está precisamente en morir, en morir a todas las cosas terrenas.