Heidegger: la pregunta per l'ésser/es
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«La mencionada pregunta está hoy caída en olvido, bien que nuestro tiempo se anote como un progreso volver a afirmar la «metafísica». Sin embargo, nos tenemos por dispensados de los esfuerzos que requeriría el desencadenar una nueva γιγαντoμαχια περί τῆς οὐσίας. Con todo, no es la tocada pregunta una pregunta cualquiera. Tuvo en vilo el meditar de Platón y de Aristóteles, cierto que para enmudecer desde entonces como pregunta expresa de una investigación efectiva. Lo que ganaron ambos se conservó a través de variadas modificaciones y «retoques» hasta la misma «lógica» de Hegel. Y lo que en otro tiempo se arrancó a los fenómenos en el supremo esfuerzo del pensamiento, aunque fragmentariamente y en primeras arremetidas, está hace mucho trivializado.
No sólo esto. Sobre el terreno de los comienzos griegos de la exégesis del ser, se desarrolló un dogma que no sólo declara superflua la pregunta que interroga por el sentido del ser, sino que encima sanciona la omisión de la pregunta. Se dice: «ser» es el más universal y vacío de los conceptos. En cuanto tal, resiste a todo intento de definición. Este, de los conceptos el más universal y, por ende, indefinible, tampoco ha de menester de definición. Todos lo usamos constantemente y comprendemos también lo que en cada caso queremos decir con él. De esta suerte, lo que como algo oculto sumió y mantuvo en la inquietud el filosofar de la Antigüedad, se convirtió en una cosa comprensible de suyo y tan clara como el sol, hasta el punto de que a quien sigue haciendo aún la pregunta se le tacha de error metódico.
Al comienzo de esta investigación no pueden discutirse por extenso los prejuicios que cobijan y alimentan constantemente de nuevo el no sentir que haya menester de preguntar por el ser. Estos prejuicios tienen su raíz en la misma ontología antigua. Ésta sólo es susceptible, a su vez, de una exégesis suficiente –por lo que respecta al terreno en que brotaron los conceptos ontológicos fundamentales, y por lo que se refiere a la exactitud del sentido y del número de las categorías– tomando como hilo conductor la pregunta que interroga por el ser previamente aclarada y respondida. Vamos, por ende, a llevar la discusión de los prejuicios sólo hasta donde resulte evidente la necesidad de reiterar la pregunta que interroga por el sentido del ser. Son tres:
1. El «ser» es el «más universal» de los conceptos: τὀ ὄν ἐστι καθολόν μάλιστα πύντων. Illud quod primo cadit sub apprehensione est ens, cuius intellectus includitur in omnibus, quaecumque quis apprehendit. «Cierta comprensión del ser es en cada caso ya incluida en toda aprehensión de un ente». Pero la «universalidad» del «ser» no es la del género. El «ser» no acota la más alta región de los entes en cuanto articulados éstos con arreglo a los conceptos de género y especie: οὔτε τὀ ὄν γένος. La «universalidad» del ser es «superior» a toda universalidad genérica. El «ser» es, según el término de la ontología medieval, un «transcendens». La unidad de este «universal» trascendental frente a la pluralidad de los conceptos genéricos supremos con un contenido material, la identificó ya Aristóteles como la unidad de la analogía. Con este descubrimiento, y a pesar de toda su dependencia de la manera de hacer Platón la pregunta ontológica, puso Aristóteles el problema del ser sobre una base fundamentalmente nueva. Pero iluminar la oscuridad de estas relaciones categoriales no lo logró tampoco él. La ontología medieval discutió copiosamente el problema, ante todo en las escuelas tomista y escotista, sin llegar a fundamental claridad. Y cuando, finalmente, Hegel define el «ser» como lo «inmediatamente indeterminado» y da esta definición por base a todo el restante despliegue de las categorías de su «lógica», se mantiene en la misma dirección visual que la ontología antigua, sólo que deja de mano el problema, planteado ya por Aristóteles, de la unidad del ser frente a la pluralidad de las «categorías» con un contenido material. Cuando, así, pues, se dice: el «ser» es el más universal de los conceptos, esto no puede querer decir que es el más claro y no menesteroso de mayor discusión. El concepto del «ser» es más bien el más oscuro.
2. El concepto de «ser» es indefinible. Es lo que se concluyó de su suprema universalidad. Y con razón -si definitio fit per genus proximum et differentiam specificam. El «ser» no puede, en efecto, concebirse como un ente; enti non additur aliqua natura: el «ser» no puede ser objeto de determinación predicando de él un ente. El ser no es susceptible de una definición que lo derive de conceptos más altos o lo explique por más bajos. Pero ¿se sigue de aquí que el «ser» ya no pueda deparar ningún problema? En absoluto; lo único que puede inferirse es esto: el «ser» no es lo que se dice un ente. Por ende, la forma de determinar los entes justificada dentro de ciertos límites –la «definición» de la lógica tradicional, que tiene ella misma sus fundamentos en la ontología antigua– no es aplicable al ser. La indefinibilidad del ser no dispensa de reiterar la pregunta que interroga por su sentido, sino que intima justamente a ello.
3. El «ser» es el más comprensible de los conceptos. En todo conocer, enunciar, en todo conducirse relativamente a un ente, en todo conducirse relativamente a sí mismo, se hace uso del término «ser», y el término es comprensible «sin más». Todo el mundo comprende esto: «el cielo es azul»; «yo soy una persona de buen humor», etc. Pero esta comprensibilidad «de término medio» no hace más que mostrar la incomprensibilidad. Hace patente que en todo conducirse y ser relativamente a un ente en cuanto ente hay a priori un enigma. El hecho de que vivamos en cada caso ya en cierta comprensión del ser, y que al par el sentido del ser sea embozado en la oscuridad, prueba la fundamental necesidad de reiterar la pregunta que interroga por el sentido del término.
El apelar a lo comprensible de suyo dentro del círculo de los conceptos filosóficos fundamentales, y más aún por lo que respecta al concepto de «ser», es un proceder dudoso, si por otra parte lo «comprensible de suyo» y sólo ello, «los secretos juicios de la razón común» (Kant), deben llegar a ser y seguir siendo el tema expreso de la analítica («el negocio de los filósofos»).
Pero la consideración de los prejuicios ha puesto al par en claro que no sólo falta la respuesta a la pregunta que interroga por el ser, sino que hasta la pregunta misma es oscura y carece de dirección. Reiterar la pregunta que interroga por el ser quiere decir, por ende, esto: desarrollar de una buena vez y de una manera suficiente la pregunta misma.