Leibniz: el cos i la mònada/es
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El cuerpo que pertenece a una Mónada, la cual es su Entelequia o Alma, constituye con la Entelequia lo que puede ser llamado un viviente, y con el Alma lo que se llama un Animal. Ahora bien, el cuerpo de un viviente o de un Animal es en todos los casos orgánico, pues siendo toda Mónada un espejo del universo, a su modo, y estando regulado el universo dentro de un orden perfecto, es necesario que haya también un orden en el representante, es decir, en las percepciones del alma, y, por consecuencia, en el cuerpo, según el cual el universo es representado. (Teodicea, § 403).
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Por tanto cada cuerpo orgánico de un viviente es una Especie de Máquina divina o de Autómata Natural, que sobrepasa infinitamente a todos los Autómatas artificiales. Porque una máquina hecha por el arte del hombre, no es Máquina en cada una de sus partes. Por ejemplo: el diente de una rueda de hierro tiene partes o fragmentos, que no son para nosotros nada artificial y no tienen nada que indique a la máquina en relación al uso al que la rueda está destinada. Pero las Máquinas de la Naturaleza, es decir, los cuerpos vivos, son, sin embargo, Máquinas en sus menores partes hasta el infinito. Esto es lo que constituye la diferencia entre la Naturaleza y el Arte, es decir, entre el arte Divino y el Nuestro. (Teodicea, §134, 146, 194, 483).
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Y el Autor de la Naturaleza ha podido llevar a cabo este artificio divino e infinitamente maravilloso, porque cada porción de la materia no es solamente divisible hasta el infinito, como reconocieron los antiguos, sino que incluso cada una de las partes está subdividida actualmente y sin fin en partes, cada una de las cuales tiene su propio movimiento; de otra manera sería imposible que cada porción de la materia pudiera expresar todo el universo. (Preliminares, § 70. Teodicea, § 195).
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Por donde se ve que hay un Mundo de criaturas, de Vivientes, de Animales, de Entelequias, de Almas en la más pequeña porción de la materia [...]
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Por tanto, no hay nada de inculto, de estéril o de muerto en el universo, nada de caos, nada de confusiones, sino sólo apariencia de ellos; poco más o menos como parecería en un estanque a una cierta distancia desde la cual se vería un movimiento confuso y un hormigueo, por decirlo así, de los peces del estanque, sin discernir los peces mismos.
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Por esto se ve que cada cuerpo viviente tiene una Entelequia dominante que es el Alma del Animal; pero los miembros de este cuerpo viviente están llenos de otros vivientes, plantas, animales, cada uno de los cuales tiene, a su vez, su Entelequia o su alma dominante.
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Pero no es necesario imaginar, con algunos que han interpretado mal mi pensamiento, que cada Alma tiene una masa o porción de materia propia y asignada a ella para siempre, y que ella, por consecuencia, posee otros vivientes inferiores destinados siempre a su servicio. Porque todos los cuerpos están en un flujo perpetuo como los ríos; y las partes entran y salen de ellos continuamente.
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Por tanto, el alma no cambia de cuerpo sino poco a poco y por grados, de tal manera que nunca se ve despojada de pronto de todos sus órganos; y hay frecuentemente metamorfosis en los animales, pero nunca Metempsícosis ni transmigración de las almas; no hay tampoco Almas separadas por completo, ni Genios sin cuerpo. Sólo Dios está enteramente desprovisto de él. (Teodicea, §90, 124).
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También es esto lo que hace que no haya nunca ni generación entera, ni muerte perfecta, en el sentido riguroso de la palabra, que consiste en la separación del alma. Lo que llamamos generaciones son desarrollos y acrecentamientos, así como lo que llamamos muertes son Envolvimientos y Disminuciones.
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Los Filósofos han estado siempre muy apurados en lo que respecta al origen de las Formas, Entelequias, o Almas, pero hoy, desde que se ha descubierto, mediante investigaciones exactas hechas sobre las plantas, los insectos y los animales, que los cuerpos orgánicos de la naturaleza no son producidos nunca por el caos o la putrefacción, sino en todos los casos por semillas, en las cuales sin duda hay alguna preformación, se ha juzgado que no solamente el cuerpo orgánico estaba ya allí antes de la concepción, sino incluso un Alma en este cuerpo y, en una palabra, el animal mismo; y que por medio de la concepción este animal sólo ha sido preparado para una gran transformación que le convierta en animal de otra especie. Algo parecido a esto se ve, aparte la generación, cuando los gusanos se convierten en moscas, y cuando las larvas se convierten en mariposas. (Teodicea, §86, 89, 90, 187, 188, 403, 397) [...]