Ulisses-Moulines: el materialisme/es
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El materialismo es una doctrina confusa. Si se cree que el materialismo es una doctrina clara, es porque afirma que sólo existe la materia y porque se supone que todo el mundo sabe lo que es la materia. Pero este supuesto es falso. Nadie sabe hoy día a ciencia cierta lo que es la materia. (Otra cuestión es la de que muchos crean saberlo). Tampoco lo saben los físicos de partículas, los especialistas a quienes el resto de los mortales deberíamos preguntar qué es la materia. Ciertamente, si se les hacen preguntas ontológicas de este tipo, algunos físicos (los más osados) darán ciertas respuestas esotéricas acerca de «ondas de probabilidad» o de «puntos de singularidad espacio-temporal», o algo por el estilo. Se trata de respuestas que la mayoría de personas que se autotitulan materialistas no entiende; por lo demás, tales respuestas cambian de sentido cada cinco o diez años, y en ellas ni siquiera los propios especialistas están de acuerdo.
Sin embargo, el materialista lego, aunque no entiende las respuestas de los físicos, suele quedar muy satisfecho con ellas: piensa que hay al menos algunas personas en el mundo que saben lo que es la materia; y ello le basta para sostener la afirmación rotunda: «sólo existe la materia», la cual equivale en estas circunstancias a la afirmación (ya no tan rotunda): «sólo existe algo que una pequeña minoría de especialistas sabe lo que es».
El caso, no obstante, es que si el materialista lego quiere indagar más y le sigue preguntando al físico osado en qué consiste exactamente todo eso de las ondas de probabilidad, puntos de singularidad, etcétera, lo llevará pronto a una situación embarazosa, en la que el físico, si es honesto, deberá reconocer que las cosas están todavía muy embrolladas, que aún está por llegar «la» teoría plenamente satisfactoria, etcétera; y, al final, seguramente le recomendará al materialista lego que se espere todavía unos años para saber qué es la materia. [...]
Creo que la dificultad radical del materialismo es, en último término, la misma que la de cualquier concepción monolítica del universo que no quiera ser vacuamente verdadera. Si pretendemos que todas las cosas que existen pertenecen a una misma categoría determinada, o sea, si pretendemos que todo x es P, entonces debemos dar cierta caracterización no-vacua del predicado P, a base de condiciones empíricas que sean al menos un poco restrictivas (que no las pueda cumplir cualquier cosa imaginable). Si no se cumple este requisito, afirmar «todo x es P» es no afirmar nada, ya que P puede ser entendido a gusto de cada quien. Ahora bien, es fácil imaginar que pueda determinarse satisfactoriamente un predicado tal que convenga por igual a todas las cosas que existen. No hay por qué suponer que la realidad satisface nuestros deseos de supersimplificación conceptual. Tal como están las cosas, me parece a priori más sensato suponer lo contrario: que la realidad es heterogénea en vez de homogénea, y que hay de todo en la viña del Señor. No hay por qué suponer que podamos meter todas las cosas en el mismo saco, a menos que se trate de un saco sin fondo, es decir, un pseudo-saco.
Permítaseme terminar con una confesión personal. Las líneas anteriores podrían hacer creer que soy un adversario enconado del materialismo filosófico. Esta creencia podría dar lugar a dos reacciones posibles (que pueden darse juntas). Si uno se adscribe al dogma filosófico según el cual, si alguien no es materialista, entonces debe ser forzosamente idealista, concluirá de ahí que soy un idealista recalcitrante. No creo que valga la pena detenerse a discutir esta burda dicotomía de lo blanco-o-negro, que manda al infierno idealista a todos los que no quieren (o no pueden) entrar al cielo materialista. Me limito a observar que encontrarle graves dificultades al materialismo no implica que para mí el idealismo sea la gran cosa. (El idealismo es, a mi entender –¿hace falta decirlo?–, una doctrina aún más confusa e implausible que el materialismo).
Otra reacción posible, y mucho más respetable, es la que proviene de cierta actitud vital frente al mundo. Muchas personas que se autoconsideran materialistas asumen esta concepción más como una actitud vital que como una doctrina filosófica técnica. Estas personas podrían pensar que, puesto que no me adscribo al materialismo, mi actitud vital es exactamente la opuesta. Nada de eso. La actitud vital del materialista (al menos la del materialista de mente abierta) me parece más valiosa humanamente que la de la mayoría de sus contrincantes habituales. El materialista suele ser anti-oscurantista, anti-místico, anti-religioso, anti-romántico y, en general, anti-cuentos-de-hadas. Todos éstos son «antis» con los que mi temperamento filosófico simpatiza plenamente. Sin embargo, una cosa es el temperamento y las simpatías personales, y otra muy distinta las conclusiones que hay que sacar de un análisis conceptual correcto. Este debe ser despiadado, ante todo, con la idiosincrasia de uno mismo.