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Kierkegaard: el jo irreal, manca de necessitat/es

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II. La desesperación vista en la doble categoría posibilidad- necesidad

Para hacerse uno –y el yo ha de hacerse con toda libertad– son igualmente esenciales la posibilidad y la necesidad. De la misma manera que a la constitución del yo pertenecen la infinitud y la finitud, así también la posibilidad y la necesidad. Por eso tan desesperado es el yo que carece de posibilidades, como el que no tiene ninguna necesidad.

1. La desesperación de la posibilidad equivale a la carencia de necesidad

La razón de este fenómeno, según quedó demostrado, radica en la dialéctica.

Del mismo modo que lo finito es lo que limita respecto de la infinitud, así también es la necesidad lo que retiene en relación con la posibilidad. Desde el momento en que el yo, en cuanto síntesis de finitud e infinitud ha sido puesto y es «en potencia» pero precisamente para hacerse en seguida «en acto», desde ese mismo momento empieza aquél a proyectarse en el medio de la fantasía, y con ello se está revelando ya la infinita posibilidad. El yo «en potencia» es tanto posible como necesario; ya que sin duda es sí mismo, pero teniendo que hacerse. En tanto que es sí mismo se trata de una necesidad, y en cuanto ha de hacerse estamos ante una posibilidad.

Si la posibilidad derriba a la necesidad por los suelos, entonces el yo sale en volandas a la grupa de la posibilidad, huyendo de sí mismo, y sin que quede nada necesario a lo que retornar. Éste es el caso de la desesperación propia de la posibilidad. Semejante yo se convierte en una posibilidad abstracta, debatiéndose hasta el cansancio en lo posible, sin que con todo se mueva del sitio, e incluso sin haber alcanzado ningún sitio, puesto que lo necesario es cabalmente el sitio. Hacerse uno a sí mismo es precisamente un movimiento en el sitio. Devenir significa en general un cambio de lugar, pero devenir uno sí mismo equivale a un movimiento sobre el terreno.

De esta manera, la posibilidad aparece cada vez mayor a los ojos del yo y éste ve surgir posibilidades por todas partes, ya que nada se torna real. Hasta que al fin todo es posible, lo que quiere decir que el abismo se ha tragado al yo. La más pequeña posibilidad necesitaría un poco de tiempo para realizarse, pero al final ya no hay tiempo, pues el tiempo necesario para la realidad se ha hecho cada vez más corto, y en definitiva todo se resuelve en una instantaneidad desapoderada. La posibilidad va creciendo constantemente en intensidad, pero no en el sentido de la realidad, sino en el sentido de la misma posibilidad; ya que en el sentido de la realidad lo intensivo consiste en que algo de lo que era posible se haga real. Porque tan pronto como algo se revela posible, en el mismo momento ya está pisándole los talones otra nueva posibilidad y, sin que hagamos nada por nuestra parte, nos encontraremos irremediablemente envueltos en un círculo de fantasmagorías, las cuales desfilarán tan rápidas que todo nos parecerá posible; y es precisamente en este momento definitivo cuando el individuo ya no será otra cosa que un puro fantasma.

Al yo le falta realidad en esta situación. ¡No cabe duda! Y éste es en general el modo de hablar de la gente; por ejemplo, cuando nos dice que fulano se ha hecho irreal. Pero mirando las cosas más de cerca, lo que propiamente le falta a nuestro individuo es la necesidad. Porque los filósofos no tienen razón al afirmar que la necesidad es la unidad de posibilidad y realidad; no, la realidad es la unidad de posibilidad y necesidad. Tampoco es falta de fuerza la que padece el yo cuando se dispara de un modo tan salvaje por los derroteros de la posibilidad, al menos no se puede entender esa ausencia de vigor como la entiende la gente de ordinario. No, lo que le falta en realidad es la fuerza de la obediencia, el vigor para someterse a la necesidad incluida en el propio yo, a lo que podríamos llamar sus fronteras interiores. La desgracia de semejante sujeto tampoco consiste en que no haya llegado a ser nada en el mundo, sino que su desgracia consiste en no haber caído en la cuenta de sí mismo, en no haberse apercibido de que el yo que él es representa algo completamente determinado y en cuanto tal una necesidad. Lo único que ha hecho es perderse a sí mismo, dejando que su propio yo se proyectara fantásticamente en el mundo de la posibilidad. Incluso para mirarse en un espejo es un requisito necesario el que se conozca uno a si mismo, pues en otro caso no se verá asi mismo, sino que meramente contemplará a un hombre. Sin embargo, el espejo de la posibilidad no es un espejo corriente y por eso toda la prudencia es poca para mirarse en él. Pues es el espejo del que con mayor razón se puede afirmar que es engañoso. Un yo que se espeja de esta o de la otra manera en la posibilidad de sí mismo es solamente una verdad a medias, ya que en la posibilidad de sí mismo el yo está muy lejos de ser sí mismo, o a lo más a medio camino. Y en esa coyuntura lo que importa es saber qué determinaciones próximas tomará la parte necesaria de ese mismo yo. Con la posibilidad acontece como con un niño al que se le invita a participar en uno u otro juego; el niño está dispuesto a jugar inmediatamente, pero lo que importa es saber si los padres lo consienten. Pues bien, la necesidad viene a ocupar en nuestro caso el puesto de los padres.

Es indudable que en lo posible caben todas las posibilidades. Ésta es la razón de que el yo pueda extraviarse de mil maneras posibles por los derroteros de la posibilidad, pero en definitiva todas esas maneras se reducen a dos. Una forma de extravío es el deseo y la nostalgia, y la otra es el de la melancolía imaginativa. Entre paréntesis digamos que la primera forma tiene algo que ver con el camino de la esperanza y la segunda con el temor y la angustia. Con la posibilidad del deseo pasa algo muy semejante a lo que le aconteció a aquel caballero, del que tanto se habla en los libros de aventuras y en las leyendas populares, que cabalgando un día, no muy lejos de sus dominios, alcanzó a ver de repente un ave extraña, y pareciéndole al principio que la tenía muy próxima, se puso a seguirla con todo ahínco, mientras que el ave no dejaba de volver a tomar vuelo cada vez que aquél se le acercaba...; hasta que de esta manera se echó la noche encima y nuestro caballero estaba ya muy lejos de los suyos, sin poder encontrar el camino de vuelta en unos parajes tan desconocidos. Pues esto mismo es lo que le sucede al hombre que, en vez de sujetar la posibilidad con las riendas de la necesidad, se pone a correr tras laprimera..., hasta que al final ya no acierta a encontrar el camino de retorno a sí mismo.

En el caso de la melancolía acontece todo lo contrario, pero de la misma manera. El individuo, melancólicamente anhelante, empieza persiguiendo una posibilidad de la angustia, hasta que al final esta posibilidad lo aleja de sí mismo y le deja que se muera en esa angustia, o que se muera precisamente en aquello de lo que más le angustiaba tener que morirse.