Aranguren: l'home estructuralment moral/es
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El hecho de que el hombre ha de hacer su vida [...] significa, negativamente, que él no la recibe terminada. Una descripción del comportamiento humano, en contraste con el del animal, nos aclarará la distinción entre una vida que ha de hacerse y otra hecha. El comportamiento vital, lo mismo del hombre que del animal, es desencadenado por un estímulo en relación con la correspondiente estructura psicobiológica, y se ajusta perfectamente a él. En el hombre, en cambio, no siempre se da esta conexión directa, esta «contigüidad», como la llaman los conductistas, entre estímulo y respuesta. El organismo humano, demasiado complicado, demasiado formalizado, no puede dar espontánea e inmediatamente respuesta adecuada y queda en suspenso ante el estímulo,es libre ante él. Pero esta situación es insostenible y el animal humano, para su viabilidad, necesita salir de ella. ¿Cómo? Mediante la inteligencia, tomada esta palabra en el sentido funcional de hacerse cargo de la situación y convertir el estímulo en realidad estimulante. La respuesta a ella tiene que producirse también, claro está, en el caso del hombre, pero ahora ya no le viene dada por el organismo, sino que ha de darla él. Aquí desaparece la contigüidad entre las dos realidades del estímulo y la respuesta, pues entre una y otra se introduce la irrealidad o «variable intermedia» (por seguir usando el lenguaje conductista), que es la posibilidad puesta en juego. Los estímulos, gracias a la función proyectante de la inteligencia, que inventa o saca posibilidades de ellos, sirven al hombre para el quehacer de sus actos. Ahora bien, las posibilidades, siendo «irreales» o inventadas por la inteligencia, pueden ser muchas y, por tanto, se requiere una elección entre ellas. En cada caso el hombre elige entre los varios proyectos imaginados. He aquí la segunda dimensión de la libertad humana: libertad ya no, como vimos antes, del engranaje estímulo-respuesta, sino libertad para preferir entre las diversas posibilidades de realidad. Y este proceso de preferencia o elección no ocurre una sola vez, claro está, sino que se repite a lo largo de la vida. Todos los actos verdaderamente humanos (los actus humani de los escolásticos) son decididos de este modo; y así, acto tras acto se va decidiendo, se va haciendo la vida entera. Las posibilidades sucesivamente preferidas van siendo realizadas. Pero realizadas, ¿dónde? Por supuesto en la realidad exterior a mí, en el mundo; pero también -y ésta es la vertiente que aquí nos importa, porque es la vertiente moral- en sí mismo, de modo que quedan incorporadas a mi propia realidad. Así se comprende este carácter constitutivamente moral, responsable de sus actos porque los proyecta y realiza libremente; pero con una paradójica libertad necesaria, pues, según vio ya Ortega y Gasset, somos «a la fuerza libres». Esta moral como estructura e incorporación consiste a la vez en el «quehacer» o ir haciendo libremente mi vida y en mi vida tal como va quedando hecha. Lo moral produce así una «segunda naturaleza», como decía Aristóteles, o sea, un auténtica realidad: el ethos, el carácter o personalidad moral que he conquistado o adquirido viviendo.