Descartes: els vòrtexs
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Text original editat en castellà.
En cuarto lugar, puesto que vemos que la Tierra no está sostenida por columnas, ni suspendida en el aire por maromas, sino que en todos sentidos está rodeada de un Cielo muy fluido, consideremos que está en reposo, y que no tiene propensión alguna al movimiento ya que lo advertimos en ella; pero no creamos también que esto pueda evitar que sea transportada por el curso del Cielo, ni deje de seguir el movimiento de aquél, permaneciendo inmóvil, sin embargo; así como un barco, no impulsado por el viento ni por remos ni retenido por las anclas, permanece quieto en medio del mar, aunque acaso el flujo o reflujo de esta ingente masa de agua lo transporte insensiblemente consigo. [...]
Después de haber quitado por estos razonamientos todos los escrúpulos que puede haber en lo referente al movimiento de la Tierra, pensemos que la materia celeste en donde se encuentran los planetas gira toda incesantemente, como si fuese un torbellino que tuviese por centro el Sol, y que aquellas de sus partes más próximas al Sol se mueven más de prisa que las más alejadas, y que todos los planetas (en el número de los cuales se encuentra la Tierra) permanecen siempre suspendidos entre las mismas partes de esta materia celeste. [...] Del mismo modo que en los recodos de los ríos, en donde el agua se repliega sobre sí misma formando un remolino, si algunas aristas flotan en esta agua, se ve que las transporta, y las hace girar consigo, y que aun entre estas aristas hay algunas que también giran alrededor de su propio centro, y que las más próximas al centro del torbellino que las contiene terminan su vuelta antes que las que están más distantes, y por último, que aunque estos torbellinos de agua afecten siempre moverse circularmente no describen casi nunca círculos completamente perfectos [...], así se puede fácilmente imaginar que esto mismo se verifica en los planetas, y no hay necesidad de otra cosa para explicar todos sus fenómenos.
Text traduït al català (Traducció automàtica pendent de revisió).
En quart lloc, ja que veiem que la Terra no està sostinguda per columnes, ni suspesa en l'aire per maromas, sinó que en tots sentits està envoltada d'un Cel molt fluid, considerem que està en repòs, i que no té propensió alguna al moviment ja que ho advertim en ella; però no vam crear també que això pugui evitar que sigui transportada pel curs del Cel, ni deixi de seguir el moviment d'aquell, romanent immòbil, no obstant això; així com un vaixell, no impulsat pel vent ni per rems ni retingut per les ancores, roman quiet enmig del mar, encara que per ventura el flux o reflux d'aquesta ingent massa d'aigua ho transporti insensiblement amb si. [...]
Després d'haver llevat per aquests raonaments tots els escrúpols que pot haver-hi referent al moviment de la Terra, pensem que la matèria celeste on es troben els planetes gira tota incessantment, com si fos un remolí que tingués per centre el Sol, i que aquelles de les seves parts més properes al Sol es mouen més de pressa que les més allunyades, i que tots els planetes (en el nombre dels quals es troba la Terra) romanen sempre suspesos entre les mateixes parts d'aquesta matèria celeste. [...] De la mateixa manera que en els recodos dels rius, on l'aigua es replega sobre si mateixa formant un remolí, si algunes arestes suren en aquesta aigua, es veu que les transporta, i les fa girar amb si, i que àdhuc entre aquestes arestes hi ha algunes que també giren al voltant del seu propi centre, i que les més properes al centre del remolí que les conté acaben la seva volta abans que les que estan més distants, i finalment, que encara que aquests remolins d'aigua afectin sempre moure's circularment no descriuen gairebé mai cercles completament perfectes [...], així es pot fàcilment imaginar que això mateix es verifica als planetes, i no hi ha necessitat d'una altra cosa per explicar tots els seus fenòmens.
Los principios de la filosofía, III, 26, 30 (Reus, Madrid 1925, p. 122-125). |
Original en castellà
En cuarto lugar, puesto que vemos que la Tierra no está sostenida por columnas, ni suspendida en el aire por maromas, sino que en todos sentidos está rodeada de un Cielo muy fluido, consideremos que está en reposo, y que no tiene propensión alguna al movimiento ya que lo advertimos en ella; pero no creamos también que esto pueda evitar que sea transportada por el curso del Cielo, ni deje de seguir el movimiento de aquél, permaneciendo inmóvil, sin embargo; así como un barco, no impulsado por el viento ni por remos ni retenido por las anclas, permanece quieto en medio del mar, aunque acaso el flujo o reflujo de esta ingente masa de agua lo transporte insensiblemente consigo. [...]
Después de haber quitado por estos razonamientos todos los escrúpulos que puede haber en lo referente al movimiento de la Tierra, pensemos que la materia celeste en donde se encuentran los planetas gira toda incesantemente, como si fuese un torbellino que tuviese por centro el Sol, y que aquellas de sus partes más próximas al Sol se mueven más de prisa que las más alejadas, y que todos los planetas (en el número de los cuales se encuentra la Tierra) permanecen siempre suspendidos entre las mismas partes de esta materia celeste. [...] Del mismo modo que en los recodos de los ríos, en donde el agua se repliega sobre sí misma formando un remolino, si algunas aristas flotan en esta agua, se ve que las transporta, y las hace girar consigo, y que aun entre estas aristas hay algunas que también giran alrededor de su propio centro, y que las más próximas al centro del torbellino que las contiene terminan su vuelta antes que las que están más distantes, y por último, que aunque estos torbellinos de agua afecten siempre moverse circularmente no describen casi nunca círculos completamente perfectos [...], así se puede fácilmente imaginar que esto mismo se verifica en los planetas, y no hay necesidad de otra cosa para explicar todos sus fenómenos.
Descartes, Los principios de la filosofía, III, 26, 30 (Reus, Madrid 1925, p. 122-125).