Bloch, Ernst: el desig i la necessitat apressant
De Wikisofia
Text original editat en castellà.
Muy poco, demasiado poco se ha hablado hasta ahora del hambre. Y ello a pesar de que en seguida se ve que este aguijón posee un carácter muy originario o primario. Porque una persona sin alimento perece, mientras que sin el placer amoroso puede sobrevivir largo tiempo. Y mucho más fácilmente aún se puede vivir sin satisfacer el instinto de dominación, y mucho más todavía sin retornar al inconsciente de antepasados que vivieron quinientos mil años atrás. Pero el parado que se viene abajo, que no ha comido hace días, nos conduce verdaderamente al lugar más acuciante de siempre en nuestra existencia haciéndolo visible. La compasión con los hambrientos es, de siempre, la única compasión extendida, más aún, la única susceptible de extenderse. La joven, y menos aún el hombre, que penan por el amor no despiertan compasión, mientras que el clamor del hambre es, sin duda, el más fuerte, el único que nos llega sin ambages. Al hambriento se le cree su desgracia; el que se muere de frío, el mismo enfermo, para no hablar ya de los enfermos de amor, causan la impresión de un lujo. Incluso el ama de casa de corazón de piedra olvida, dado el caso, el rencor de su avaricia al ver al mendigo comerse la sopa que le ha dado. Aquí, no hay duda, se muestran con claridad -ya en la compasión corriente- la necesidad y sus deseos. El estómago es la primera lamparilla a la que hay que echar aceite. Sus ansias son tan precisas, su instinto tan inevitable, que ni siquiera pueden ser reprimidos por mucho tiempo.
Text traduït al català (Traducció automàtica pendent de revisió).
Molt poc, massa poc s'ha parlat fins ara de la fam. I això malgrat que de seguida es veu que aquest agulló posseeix un caràcter molt originari o primari. Perquè una persona sense aliment mor, mentre que sense el plaer amorós pot sobreviure molt de temps. I molt més fàcilment encara es pot viure sense satisfer l'instint de dominació, i molt més encara sense retornar a l'inconscient d'avantpassats que van viure cinc-cents mil anys enrere. Però l'aturat que s'enfonsa, que no ha menjat fa dies, ens condueix veritablement al lloc més urgent de sempre en la nostra existència fent-ho visible. La compassió amb els famolencs és, de sempre, l'única compassió estesa, més encara, l'única susceptible d'estendre's. La jove, i menys encara l'home, que penen per l'amor no desperten compassió, mentre que el clam de la fam és, sens dubte, el més fort, l'únic que ens arriba sense embuts. A l'afamat se li creu la seva desgràcia; el que es mor de fred, el mateix malalt, per no parlar ja dels malalts d'amor, causen la impressió d'un luxe. Fins i tot la mestressa de casa de cor de pedra oblida, donat el cas, la rancúnia de la seva avarícia al veure el captaire menjar-se la sopa que li ha donat. Aquí, no hi ha dubte, es mostren amb claredat -ja en la compassió corrent- la necessitat i els seus desitjos. L'estómac és la primera llàntia a la qual cal fer oli. Les seves ànsies són tan precises, el seu instint tan inevitable, que ni tan sols poden ser reprimits per molt temps.
El principio esperanza, Aguilar, Madrid 1977, vol. I, p.50 |
Original en castellà
Muy poco, demasiado poco se ha hablado hasta ahora del hambre. Y ello a pesar de que en seguida se ve que este aguijón posee un carácter muy originario o primario. Porque una persona sin alimento perece, mientras que sin el placer amoroso puede sobrevivir largo tiempo. Y mucho más fácilmente aún se puede vivir sin satisfacer el instinto de dominación, y mucho más todavía sin retornar al inconsciente de antepasados que vivieron quinientos mil años atrás. Pero el parado que se viene abajo, que no ha comido hace días, nos conduce verdaderamente al lugar más acuciante de siempre en nuestra existencia haciéndolo visible. La compasión con los hambrientos es, de siempre, la única compasión extendida, más aún, la única susceptible de extenderse. La joven, y menos aún el hombre, que penan por el amor no despiertan compasión, mientras que el clamor del hambre es, sin duda, el más fuerte, el único que nos llega sin ambages. Al hambriento se le cree su desgracia; el que se muere de frío, el mismo enfermo, para no hablar ya de los enfermos de amor, causan la impresión de un lujo. Incluso el ama de casa de corazón de piedra olvida, dado el caso, el rencor de su avaricia al ver al mendigo comerse la sopa que le ha dado. Aquí, no hay duda, se muestran con claridad –ya en la compasión corriente– la necesidad y sus deseos. El estómago es la primera lamparilla a la que hay que echar aceite. Sus ansias son tan precisas, su instinto tan inevitable, que ni siquiera pueden ser reprimidos por mucho tiempo.