Otto, Rudolf: el numinós/es
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Invito ahora al lector a que actualice en su memoria y examine un momento de fuerte conmoción, lo más exclusivamente religiosa que sea posible.
Quien no logre representárselo o no experimente momentos de esa especie, debe renunciar a la lectura de este libro. Pues es muy difícil ocuparse de psicología religiosa con quien puede analizar sus sentimientos de la pubertad, las dificultades de su digestión, los sentimientos sociales, pero no el sentimiento propiamente religioso. Es disculpable entonces que pruebe a llegar por sí mismo, lo más lejos que pueda, con los principios de explicación a su alcance, y que interprete el placer «estético» como mero placer sensible, y la religión como una función de instintos y utilidad sociales o de modo aún primitivo. Pero el estético, que percibe por sí mismo la peculiaridad de la fruición estética, se apartará de sus teorías, y el religioso aún más.
Invitamos además a que en el examen y análisis de esos momentos y estados espirituales de grave y devota emoción, se atienda sobre todo, no a su parte común con estados parejos de elevación moral, suscitados por la contemplación de un acto bueno, sino precisamente a lo que en su contenido sentimental hay de privativo y peculiar. A fuer de cristianos, encontramos primero ciertos sentimientos que, menos intensos, se nos presentan en otras esferas: sentimientos de gratitud, de confianza, de amor, de seguridad, de rendida sumisión, de resignación. Pero ni ninguno ni todos juntos expresan íntegramente el momento religioso; quedan todavía sin expresar los rasgos propios de la emoción religiosa, la solemnidad de esta emoción singular, que sólo se presenta en el terreno religioso.
Schleiermacher ha sacado a la luz un elemento muy notable de esta emoción: el sentimiento de «absoluta dependencia». Pero hemos de hacer dos observaciones a su importante descubrimiento. El sentimiento a que se refiere realmente Schleiermacher no es, si atendemos a su tono y coloración, un sentimiento de dependencia en el sentido natural de la palabra, es decir, tal como puede presentarse en otras esferas de la vida, en forma de sentimiento de la propia insuficiencia, incapacidad y sujeción a las condiciones del contorno. Guarda, sin duda, con estos sentimientos cierta correspondencia, por virtud de la cual podemos señalarlo analógicamente, podemos «explicarlo» por ellos, y aludir a él por ellos, de manera que el objeto se haga sensible por sí mismo. Pero aquello a que venimos refiriéndonos es, a su vez, algo que se distingue por su cualidad de esos sentimientos análogos. Es verdad que el propio Schleiermacher diferencia el sentimiento religioso de dependencia de los demás sentimientos de dependencia. Pero sólo como se diferencia lo absoluto de lo meramente relativo, lo perfecto y sumo, de uno de sus grados; pero no por su cualidad peculiar. No se percató de que el nombre «sentimiento de dependencia» sólo es una aproximación por analogía al verdadero sentimiento que quería definir.
¿No se descubre ya por sí mismo, gracias a esta serie de comparaciones y contraposiciones, lo que quiero significar, aunque sin poderlo expresar de otra manera, precisamente porque se trata de un dato original, y primario, por consiguiente, de un dato que está en el espíritu y sólo por sí mismo puede determinarse? Venga en mi auxilio un conocido ejemplo, en donde el elemento a que me refiero se hace sentir con ruda intensidad. Cuando Abraham (Génesis 18, 27) osa hablar con Dios sobre la suerte de los sodomitas, dice:
«He aquí que me atrevo a hablarte, yo, yo que soy polvo y ceniza.»
Este es el «sentimiento de dependencia» que se reconoce y da cuenta de sí mismo, lo cual es mucho más y harto distinto de los sentimientos «naturales» de dependencia. Busco también un nombre para él, y le llamo «sentimiento de criatura», es decir, sentimiento de la criatura de que se hunde y anega en su propia nada y desaparece frente a aquel que está sobre todas las criaturas.
Es fácil percatarse de que esta expresión no nos proporciona un conocimiento conceptual del indefinible sentimiento. Pues este no consiste solamente, como haría creer el nombre, en ese componente de anegación y de propia nulidad frente a cualquier prepotencia, sino exclusivamente frente a «esa» prepotencia determinada. Pero lo indecible es justamente cuál sea «esa» prepotencia determinada; sólo puede tenerse una idea de ella por el tono y contenido peculiar del sentimiento de reacción que hemos de experimentar en nuestro interior.
El segundo defecto de la definición de Schleiermacher es que con ella sólo se hace patente la categoría religiosa de la valoración del sujeto por sí mismo (mejor dicho, desvaloración, desestima), y sin embargo se pretende definir con ella el contenido propio del sentimiento religioso. A su juicio, el sentimiento religioso sería, inmediatamente y desde luego, un sentimiento de mí mismo, el sentimiento de una peculiar condición mía, a saber, de mi dependencia. Y sólo por conclusión lógica, refiriendo mi estado a una causa exterior a mí, es, según Schleiermacher, como yo encuentro lo divino. Pero esto es totalmente contrario a la realidad psicológica. El sentimiento de criatura es más bien un momento concomitante, un efecto subjetivo; por decirlo así, la sombra de otro sentimiento, el cual, desde luego, y por modo inmediato, se refiere a un objeto fuera de mí. Y este, precisamente, es el que llamo lo numinoso. Sólo allí donde el numen es vivido como presente –tal es el caso de Abraham–, o donde sentimos algo de carácter numinoso, o donde el ánimo se vuelve hacia él, es decir, sólo por el uso de la categoría de lo numinoso, puede engendrarse en el ánimo el sentimiento de criatura, como su sentimiento concomitante.