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Las fuerzas que suponemos que existen detrás de las tensiones causadas por las necesidades del ''ello ''se llaman ''instintos. ''Representan las demandas del soma a la psique, y aunque son la causa última de toda actividad, son de índole conservadora; el estado, cualquiera que sea, que un organismo ha alcanzado da lugar al nacimiento de una tendencia para restablecer ese estado tan pronto como hay sido abandonado. Es posible así distinguir un indeterminado número de instintos, tal como hacemos en la práctica corriente. No obstante, para nosotros, la cuestión importante surge de si nos será posible reducir estos numerosos instintos a unos pocos básicos. Hemos descubierto que los instintos pueden cambiar de dirección (por desplazamiento) y también que se pueden reemplazar unos a otros: la energía de un instinto pasa a otro, proceso este último que queda todavía insuficientemente comprendido. Tras largas vacilaciones y dudas hemos decidido suponer la existencia de sólo dos instintos básicos: el ''Eros ''y el ''instinto de destrucción. ''(El contraste entre los instintos de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como el contraste entre el amor al ''yo '' y el amor al objeto, caen dentro del Eros.) La dirección del primero de estos instintos básicos es establecer en cualquier momento unidades mayores y preservarlas, uniéndolas unas a otras. La finalidad del segundo es, por el contrario, la de romper las conexiones y destruir cosas. En el caso del instinto de destrucción debemos suponer que su meta final es la de conducir lo que está vivo a un estado inorgánico. Por esta razón también lo llamamos ''instinto de muerte.'' Si aceptamos que las cosas vivientes llegaron después que las inanimadas y surgieron de estas últimas, entonces el instinto de muerte responde a la fórmula que al respecto hemos propuesto de que los instintos tienden hacia una vuelta al estado primitivo o anterior. En el caso del Eros (instinto del amor) no podemos aplicar dicha fórmula. El hacerlo así supondría que la sustancia viviente era en otro tiempo una unidad que posteriormente fue separada y ahora estaría pugnando por su reunión. | Las fuerzas que suponemos que existen detrás de las tensiones causadas por las necesidades del ''ello ''se llaman ''instintos. ''Representan las demandas del soma a la psique, y aunque son la causa última de toda actividad, son de índole conservadora; el estado, cualquiera que sea, que un organismo ha alcanzado da lugar al nacimiento de una tendencia para restablecer ese estado tan pronto como hay sido abandonado. Es posible así distinguir un indeterminado número de instintos, tal como hacemos en la práctica corriente. No obstante, para nosotros, la cuestión importante surge de si nos será posible reducir estos numerosos instintos a unos pocos básicos. Hemos descubierto que los instintos pueden cambiar de dirección (por desplazamiento) y también que se pueden reemplazar unos a otros: la energía de un instinto pasa a otro, proceso este último que queda todavía insuficientemente comprendido. Tras largas vacilaciones y dudas hemos decidido suponer la existencia de sólo dos instintos básicos: el ''Eros ''y el ''instinto de destrucción. ''(El contraste entre los instintos de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como el contraste entre el amor al ''yo '' y el amor al objeto, caen dentro del Eros.) La dirección del primero de estos instintos básicos es establecer en cualquier momento unidades mayores y preservarlas, uniéndolas unas a otras. La finalidad del segundo es, por el contrario, la de romper las conexiones y destruir cosas. En el caso del instinto de destrucción debemos suponer que su meta final es la de conducir lo que está vivo a un estado inorgánico. Por esta razón también lo llamamos ''instinto de muerte.'' Si aceptamos que las cosas vivientes llegaron después que las inanimadas y surgieron de estas últimas, entonces el instinto de muerte responde a la fórmula que al respecto hemos propuesto de que los instintos tienden hacia una vuelta al estado primitivo o anterior. En el caso del Eros (instinto del amor) no podemos aplicar dicha fórmula. El hacerlo así supondría que la sustancia viviente era en otro tiempo una unidad que posteriormente fue separada y ahora estaría pugnando por su reunión. | ||
− | En las funciones biológicas ambos instintos básicos se combinan mutuamente o bien actúan el uno contra el otro. De esta forma el acto de comer es una destrucción del objeto con la meta final de incorporarlo, y el acto sexual es un acto de agresión con el propósito de una unión más íntima. Esta acción concurrente y mutuamente opuesta de los dos instintos básicos da nacimiento a la gran diversidad de los fenómenos vitales. La analogía de nuestros dos instintos básicos se extiende desde la esfera de las cosas vivientes al par de fuerzas opuestas | + | En las funciones biológicas ambos instintos básicos se combinan mutuamente o bien actúan el uno contra el otro. De esta forma el acto de comer es una destrucción del objeto con la meta final de incorporarlo, y el acto sexual es un acto de agresión con el propósito de una unión más íntima. Esta acción concurrente y mutuamente opuesta de los dos instintos básicos da nacimiento a la gran diversidad de los fenómenos vitales. La analogía de nuestros dos instintos básicos se extiende desde la esfera de las cosas vivientes al par de fuerzas opuestas –atracción y repulsión– que gobierna el mundo inorgánico. |
Revisió de 15:12, 19 set 2017
Sigmund Freud: los instintos
Las fuerzas que suponemos que existen detrás de las tensiones causadas por las necesidades del ello se llaman instintos. Representan las demandas del soma a la psique, y aunque son la causa última de toda actividad, son de índole conservadora; el estado, cualquiera que sea, que un organismo ha alcanzado da lugar al nacimiento de una tendencia para restablecer ese estado tan pronto como hay sido abandonado. Es posible así distinguir un indeterminado número de instintos, tal como hacemos en la práctica corriente. No obstante, para nosotros, la cuestión importante surge de si nos será posible reducir estos numerosos instintos a unos pocos básicos. Hemos descubierto que los instintos pueden cambiar de dirección (por desplazamiento) y también que se pueden reemplazar unos a otros: la energía de un instinto pasa a otro, proceso este último que queda todavía insuficientemente comprendido. Tras largas vacilaciones y dudas hemos decidido suponer la existencia de sólo dos instintos básicos: el Eros y el instinto de destrucción. (El contraste entre los instintos de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como el contraste entre el amor al yo y el amor al objeto, caen dentro del Eros.) La dirección del primero de estos instintos básicos es establecer en cualquier momento unidades mayores y preservarlas, uniéndolas unas a otras. La finalidad del segundo es, por el contrario, la de romper las conexiones y destruir cosas. En el caso del instinto de destrucción debemos suponer que su meta final es la de conducir lo que está vivo a un estado inorgánico. Por esta razón también lo llamamos instinto de muerte. Si aceptamos que las cosas vivientes llegaron después que las inanimadas y surgieron de estas últimas, entonces el instinto de muerte responde a la fórmula que al respecto hemos propuesto de que los instintos tienden hacia una vuelta al estado primitivo o anterior. En el caso del Eros (instinto del amor) no podemos aplicar dicha fórmula. El hacerlo así supondría que la sustancia viviente era en otro tiempo una unidad que posteriormente fue separada y ahora estaría pugnando por su reunión.
En las funciones biológicas ambos instintos básicos se combinan mutuamente o bien actúan el uno contra el otro. De esta forma el acto de comer es una destrucción del objeto con la meta final de incorporarlo, y el acto sexual es un acto de agresión con el propósito de una unión más íntima. Esta acción concurrente y mutuamente opuesta de los dos instintos básicos da nacimiento a la gran diversidad de los fenómenos vitales. La analogía de nuestros dos instintos básicos se extiende desde la esfera de las cosas vivientes al par de fuerzas opuestas –atracción y repulsión– que gobierna el mundo inorgánico.